A veces dudo tanto que podría armar un grupo de WhatsApp solo con mis dudas y se llenaría en menos de una hora. Dudo seguido, con ganas. Y no hablo de dudas del tipo “¿me llevo la campera o no?”, sino de esas que te agarran mientras estás en silencio, tratando de meditar y de pronto pensás: ¿esto que siento es intuición o ansiedad con glitter? O cuando sacás una carta del tarot y no sabés si el mensaje es profundo o simplemente estás proyectando todas tus ganas de tener una señal clara.
Hay una imagen que a veces se vende de la espiritualidad como si fuera una especie de club VIP donde todo el mundo está iluminado, seguro de sí mismo y nunca se equivoca. Spoiler: eso no existe. O si existe, no lo vi, ni me invitaron. Lo que sí vi —y viví— es otro tipo de espiritualidad: una que tiene barro en los pies y estrellas en la cabeza.
Porque tener una práctica espiritual no significa saberlo todo, ni flotar en posición de loto sobre un campo de lavanda. Significa poder sentarte con tus propias preguntas y no salir corriendo. Significa abrazar tus contradicciones con la misma ternura con la que te abrazás cuando por fin entendés un mensaje del universo... y cinco minutos después te das cuenta de que probablemente lo malinterpretaste 😅.
Dudar no es fallar. Preguntarse no es estar perdido. De hecho, yo creo que una de las formas más profundas de conexión espiritual es poder habitar la incertidumbre sin intentar taparla con respuestas rápidas. Porque las respuestas pueden venir (o no), pero lo que transforma de verdad es el proceso de hacer la pregunta con honestidad.
Hace unos días, en una sesión, alguien me dijo: “Siento que si no tengo en orden mi casa, mi trabajo, mi familia… es imposible avanzar en mi camino espiritual.”
Y la entendí. Porque a veces pareciera que para “hacer el trabajo interior” primero tenés que tener la vida resuelta como si fueras Marie Kondo con agenda espiritual: casa limpia, emociones ordenadas por colores, cuenta bancaria estable y cero dramas familiares.
Pero la espiritualidad es algo que somos, no es un checklist tipo: ya medité✔️ ya conecté con mi niña interior✔️ ya activé el tercer ojo✔️. Listo, iluminada ✨. No. A veces es llorar en la ducha, hablarle al universo como si fuera tu mejor amiga y después pedir una señal… y no entenderla. Y sin embargo, seguir buscando. Con una mezcla de fe y humor, que es la única forma que conozco de no volverse loca en este viaje.
Intento sostener una práctica que me conecte con algo más grande sin dejar de habitar lo pequeño. Porque ahí está la magia: no en escapar de esta realidad, sino en aprender a mirarla con ojos más amplios, más blandos, más presentes.
Así que si estás transitando un camino espiritual y sentís que no encajás porque tenés días oscuros, dudas, contradicciones o simplemente no tenés ganas de ser “elevada” todo el tiempo… te abrazo fuerte. No estás sola. Esta también es una forma válida de estar en el mundo. No menos espiritual, sino más humana.
Y tal vez, solo tal vez, eso sea lo más espiritual de todo.
Con 🤍 Lau.